jueves, 5 de octubre de 2017

VIRTUD Y FELICIDAD




La ética socrática es un intelectualismo moral, pues identificaba el bien con el conocimiento. Bastar conocer el bien para obrar correctamente, la maldad surge de la ignorancia. El problema es que tomamos por bueno lo que parece bueno y no lo que realmente es bueno. De ahí que Platón insista en que "la Idea del Bien debe conocerla quien quiera proceder sabiamente tanto en su vida privada como en su vida pública", una Idea de Bien que es única y universal. Aristóteles rechaza esta solución. No es posible afirmar la existencia de un único bien. Si queremos resolver el problema de la felicidad, debemos analizar la naturaleza humana, y no la definición de un hipotético "bien en sí".
Toda conducta humana se realiza para conseguir algo, algún bien. Pero como los bienes o fines que se persiguen son múltiples, es necesario preguntarse si existe una jerarquía en los bienes. Si existe un fin superior al cual se orientan todos los demás, un fin que se busque por sí mismo y los demás por él.

Según Aristóteles, este fin supremo es la Eudaimonía o felicidad, pero no hay acuerdo en qué consiste la vida plena y feliz. Aristóteles analiza algunas opiniones corrientes. 
Para unos, la felicidad se alcanza con riquezas; para otros con honores y fama; otros muchos creen obtenerla a traves del placer.
Sin embargo, todos estos no son más que bienes externos que no son perseguidos por sí mismos, sino por ser medios para alcanzar la felicidad, aunque su posesión no implica que seamos felices.


Una vida feliz no es una vida cualquiera, es una vida que merece la pena vivirse, una vida lograda. La felicidad es la realización de nuestras mejores posibilidades. La felicidad no consiste en satisfacciones ocasionales, es un estado permanente

Las funciones vegetativa y sensitiva las compartimos con las plantas y los animales, pero lo que caracteriza a una vida humana es que sea racional. El alma racional es el alma propia del hombre. Siendo el alma la "forma" del hombre, no puede existir más que un alma que realizará tanto las funciones "irracionales" de la nutrición y la sensación, como las funciones racionales. 


Hay dos tipos de virtudes: las virtudes morales o éticas (propias de la parte apetitiva y volitiva), que son buenos hábitos  y las virtudes dianoéticas o intelectuales (propias de la diánoia, de la parte racional del alma) que se adquieren en la enseñanza.

Para ser bueno no basta querer. Tampoco basta saber. Si no se realizan muchos actos buenos, nadie tiene la menor probabilidad de llegar a ser bueno. Los que se dedican a teorizar sobre el bien se parecen al enfermo que escucha atentamente al médico y luego no hace nada de lo que le prescribe. Y así, éste no curará su cuerpo con la Medicina, y aquellos no sanarán su espíritu con la Filosofía.

La  virtud consiste en la repetición de las buenas decisiones, lo que genera  el hábito de comportarse adecuadamente. No me porto bien porque soy bueno, sino que soy bueno porque me porto bien. Si la decisión adoptada no es correcta, y persisto en ella, generaré un mal hábito, es decir, un vicio. Aristóteles define la virtud ética como el hábito de decidir bien, conforme a la regla del término medio óptimo entre dos extremos.

La virtud es una posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por defecto. Este término medio no consiste en la media aritmética entre dos cantidades, de modo que si 2 es poco y 10 mucho, el término medio sería 6. No es el término medio de la cosa, sino para nosotros. Término medio no significa mediocridad, sino lo contrario: excelencia y superioridad sobre los vicios extremos.

No todas las acciones y pasiones admiten el término medio, pues hay algunas malas de por sí. Por ejemplo, pasiones como el odio o la envidia, y acciones como el adulterio, el robo o el homicidio. Todas ellas son malas en sí mismas, precisamente porque son excesos o defectos.

Los placeres y los dolores influyen mucho en los hábitos, pues somos capaces de hacer cosas malas si son placenteras, y nos apartamos del bien cuando nos causa dolor. De ahí la necesidad de haber sido educados desde jóvenes para distinguir qué placeres y dolores conviene aceptar o rechazar.

No hay una forma de comportamiento universal en la que pueda decirse que consiste la virtud. Es a través de la experiencia propia como podemos ir forjando la virtud. Lo que para uno puede ser excesivo, para otro puede convertirse en el justo término medio.

A la actividad del pensamiento que reflexiona sobre la vida ética y política tratando de dirigirla, le corresponde la virtud de la prudencia (phrónesis) o racionalidad práctica. Mediante ella estamos en condiciones de elegir las reglas correctas de comportamiento. No es una ciencia, sino el fruto de la experiencia. La prudencia es una virtud fundamental sin la cual no podremos adquirir las virtudes éticas.


La mayor felicidad la alcanzaremos con la virtud relacionada con lo mejor que hay en el ser humano. Aristóteles propone como ideal de felicidad una vida dedicada a la actividad intelectual teórica, a la contemplación de la verdad.
A las funciones contemplativas o teóricas, propias del conocimiento científico, (Matemáticas, Física, Metafísica,) la virtud que les corresponde es la sabiduría (sophía). La sabiduría representa el grado más elevado de virtud. El saber teórico no "sirve" para nada ulterior, no es un medio para ningún otro fin, sino que es un fin en sí mismo que tiene su placer propio. Además es autosuficiente, el sabio se basta a sí mismo. La vida contemplativa distingue a los hombres de los animales y les hace semejantes a los dioses.


Este ideal de vida feliz basado en la contemplación no puede alcanzarlo todo el mundo. Los niños y los animales son incapaces de él, tampoco las pasivas mujeres, los torpes esclavos o los artesanos y campesinos embrutecidos por el trabajo manual. Pero en Atenas, comunidad de hombres libres, cabe la posibilidad de que algunos hombres alcancen el ideal de sabio que les lleve a la felicidad suprema. Esta es la más alta misión de la polis, del Estado: procurar la felicidad de sus ciudadanos.

La felicidad humana se basa en cubrir nuestras necesidades físicas, psíquicas y sociales. Sólo podemos aspirar a una felicidad limitada y razonable, la propia de un hombre prudente, que posee virtudes morales con el fin de moderar los propios impulsos y el trato con los otros, así como la posesión de determinados bienes corporales (salud, fortaleza, etc.) y externos (medios económicos, justicia, etc.), lo que nos remite al problema político.




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